Monday, December 22, 2008

La crisis finaciera y nuestras vidas

Por Hilda Luisa Díaz-Perera. 2008 Derechos Reservados.
No creo que muchos de nosotros los ciudadanos de Estados Unidos que hemos vivido en el seno de ese gran país toda una vida, podríamos habernos imaginado cuán grave era la crisis económica que se estaba gestando a nuestras espaldas.

Ni siquiera los agentes de inmuebles y financiamiento, como mi esposo y yo, teníamos un asomo de lo que nos iría a pasar, mucho menos vernos como protagnistas de la debacle. La primera vez que sentí un leve batuqueo de los pilares de mi conciencia estadounidense fue un comentario de mi hija más chiquita quien tiene un sentido financiero muy agudo. “Mami”, me dijo, “esto viene y es feo”. Recuerdo que incrédula dije, “Bueno, puede ser que haya un bache, pero el gobierno no va a dejar que la industria de los bienes raíces fracase. Los inmuebles son la columna vertebral de este país”, recuerdo que le contesté segura de lo que aseveraba. “Ok”, me contestó, “ya hablaremos dentro de algunos meses.” ¿Meses?, pensé, ¡pero si tenemos trabajo como nunca antes!

Este comentario de mi hija me puso en guardia y efectivamente a los pocos meses la actividad inmobiliaria estaba totalmente paralizada en el estado de la Florida donde vivíamos. Sin embargo, cuando muchos agentes de bienes raíces aún confiaban en el gremio, dormitaban ante el tenaz deterioro del sistema de bienes raíces, y aseguraban su pronta recuperación, yo decidí dedicarme a estudiar las razones por las cuales habíamos llegado a ese punto ya que la situación era, en mi opinión, tan precaria, tan oscura e inimaginable, que tenían que existir otras razones no tan evidentes que nos estaban llevando al borde del precipio económico. Era mi propósito establecer, al menos para nosotros, el grado de riesgo financiero que corríamos. ¿Qué podíamos prever para los próximos meses o años? ¿Había alguna posibilidad de evitar lo que se vislumbraba?

En esa investigación, a la que me entregué intensamente, escondidas en oscuros artículos económicos publicados para conocedores de la materia, encontré los famosos “papeles contaminados bancarios” y las hipotecas “basura”, los manejos de inversiones turbias en manos de reconocidos bancos, y de longevas y respetadas casas de bolsas. Pero en vez de aclarame el asunto, sólo pude llegar a la conclusión que no estábamos inmersos en una crisis pasajera, que la debacle general nos rondaba muy de cerca y que era más sabio afrontarla, aunque los “gurús” que nos enviaba la Asociación Nacional De Agentes de Bienes Raíces de EE.UU., (NAR) se empeñaran en crearnos, a través de sus cuidadosamente conformados reportes, un dorado horizonte ficticio. O sea, que la salvación de la hipoteca al 9% de la pequeña vivienda de mi amiga Martha y su esposo, (ambos, como yo, inmigrantes hispanos, quienes confiando en el famoso “sueño americano” del cual ya nadie habla, trabajaron arduamente casi cinco años para lograr reunir la inicial que le permitiría comprarla), no estaba en sus manos. Estaba en las de la institución financiera que, alentada por las futuras ganancias en el mercado internacional ofrecía hipotecas malsanas condenadas a sucumbir desde el momento en que el cliente presentaba su solicitud de financiamiento. Los mismos representantes de muchas instituciones hipotecarias proveían a los “brokers” de hipotecas las soluciones para aprobar a un futuro propietario que crediticiamente de otra manera no habría podido reunir los requisitos necesarios para convertirse en propietario de una vivienda. Estas hipotecas “basura” eran “empaquetadas”, envueltas o escondidas entre otras de diversos grados de salud financiera para luego ser vendidas a los inversionistas en el mercado mundial. De más está decir que nuestra recién adquirida licencia de “broker” hipotecario, rápidamente perdió su brillo, y hoy en día, que sé lo que sé, y que no sabía entonces, doy gracias a Dios que no tramité ningún financiamiento que pudiera hundir a algún propietario.

Mientras más me adentraba en la lectura más me asombraba la falta de escrúpulos y ética profesional de todo un sistema en el cual había creído ciegamente y suponía bajo el riguroso escrutinio gubernamental estadounidense. ¿Cuántas licencias habíamos tenido que tramitar para vender hipotecas y propiedades? ¿Cuantas leyes tuvimos que estudiar promulgadas para amparar al público de agentes inmobiliarios e hipotecarios despiadados? El fraude no era sólo financiero: era el desmoronamiento de todo una forma de vida, de una fe, de una Estrella Polar que no dudábamos era incambiable. Además no era lo mismo vender propiedades con esta nueva información, porque ahora nos dábamos cuenta que las grandes instituciones bancarias e hipotecarias nos estaban utilizando a los agentes y “brokers” de a pie que adolescíamos del conocimiento de estas trastiendas, para impulsar como veneno lento, un esquema de fraude nunca antes visto y de muy largo alcance.

Bajo el ambiente imperante de pérdidas millonarias por concepto de las desvanecidas plusvalías de las propiedades, y con la información adquirida, era nuestro deber educar a nuestros clientes con respecto al estado verdadero de los inmuebles en EE.UU.. No hubiéramos sido consecuentes con ellos si les aconsejábamos vender o si les aconsejábamos comprar. Vender a precio del mercado imperante significaba vender perdiendo y los compradores por su lado ya avistaban que los precios de las propiedades seguirían en su descenso vertiginoso. O sea, que comprar significaba hacerlo a sabiendas de la depreciación que sufriría el valor de la propiedad en cuestión.

Recuerdo a la joven y enamorada hija de un amigo que visitó nuestras oficinas buscando el financiamiento para la compra de su casa. No hubo lógica ni razonamiento que valiera ante su deseo de establecer su hogar con el que sería su esposo. Pensando en sus padres, preferimos darle una excusa, a falta de querer escuchar razones, y no hacerle la hipoteca. Pero se la facilitó una de las muchas instituciones hipotecarias que otorgaba financiamientos con tasa de interés negativa ajustable, basadas en solicitudes elaboradas sin soporte crediticio verificable en lo que más tarde se conocería en el negocio de hipotecas como the “liar loan”, o el préstamo del mentiroso. Al poco tiempo esa compañía ya no existía, y al ajustarse la tasa de interés de su hipoteca, la hija de nuestro amigo perdió su propiedad.

Otra pareja amiga que se encontraba atravesando un triste divorcio, necesitaba vender su casa para dividir sus bienes. Venían seguros de poder utilizar la plusvalía de la misma para comenzar la nueva etapa de sus vidas separadas. ¡Cuál sería la sorpresa de ambos al enterarse que la inversión más grande e importante que poseían, valía lo mismo que ellos habían pagado por ella hacía seis años! Nuestro negocio, como es de suponerse se fue hundiendo poco a poco.

Me gustaría convertirme en el ejemplo viviente que los periódicos usan como referencia cuando publican las estadísticas de individuos que han perdido sus propiedades, o están bajo el riesgo de una ejecución de hipoteca. El cuadro que se nos presentaba era un callejón sin salida, que es el mismo que atraviesan en este momento miles de otros propietarios con hipotecas sub-estándar, sólo que en nuestro caso no era una hipoteca como ésta lo que nos condenaba. Teníamos una hipoteca normal. Lo que no era normal era que veníamos de tres años de unas ganancias muy generosas en comisiones por concepto de las ventas de inmuebles en la Florida. De pronto aquella fuente de ingresos cesó de la noche a la mañana bajando a cero entrada para finales del 2006. Vivíamos en Naples, la ciudad de la Florida quizás más golpeada por la crisis inmobiliaria.

El primer paso que dimos fue refinanciar nuestros apartamentos y la casa donde vivíamos. Esto nos permitió sufragar nuestro gastos por casi dos años. Todavía, en ese momento nuestra vivienda mantenía algo de su plusvalía. Pero cuatro meses después vimos el precio de nuestra casa, por ejemplo, descender a la mitad de su valor y con ese descenso, fue desapareciendo lo que nos quedaba de nuestros ahorros. Agarrados a toda costa de una muy frágil esperanza nos dispusimos a darnos un compás de espera antes de tomar cualquier decisión. Confiábamos que tanto al presidente como al Congreso de Estados Unidos en algún momento se le encendería la llama de la misericordia ante tanto ciudadano sumido en un laberinto financiero sin salida. Sin embargo, durante ese compás de espera, vimos como irremediablemente nuestra forma de vida se iba desdibujando del futuro que siempre creímos seguro.

A partir de mediados del 2007 supimos que sería poco probable que pudiéramos evitar nuestro naufragio financiero. Existían muy pocas opciones a considerar. No podíamos producir los ingresos que hasta entonces habíamos generado porque los bienes raíces estaban estancados; no era factible vender la casa, porque venderíamos a pérdida y no podríamos satisfacer la deuda al banco; no podíamos refinanciar porque no teníamos ingresos ni plusvalía después del descenso de los precios de las viviendas; no podíamos solicitar una hipoteca reversible porque era requisito que ambos cónyuges debían tener cumplidos los 60 años. Intentamos alquilar nuestra vivienda, pero el alquiler no llegaría cerca a lo que necesitábamos para cubrir el monto de la hipoteca.

Quizás lo más difícil de la situación que encarábamos era saber que esto nos estaba ocurriendo a una edad en que se nos haría cuesta arriba volver a empezar. Era nuestra realidad que ya no éramos tan jóvenes. Nuestras vidas en esos últimos meses que vivimos en EE.UU., se hizo soportable y llevadera gracias a mis hijas y a tres o cuatro muy buenos amigos que nos brindaron no sólo su amistad, sino también sus recursos económicos y verdadera comprensión mientras nosotros decidíamos cuál sería el camino más sabio para nuestras vidas. Estábamos conscientes que nosotros seríamos unas de las tantas víctimas de la perniciosa crisis global cuyas repercusiones mundiales de ahora en adelante se harán sentir irremediablemente cada vez con mayor fuerza.


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