Wednesday, November 18, 2009

Noviembre: mes de La Chinita y de la gaita zuliana

Por Hilda Luisa Díaz-Perera. 2009, Derechos Reservados.

Una de los pueblos más alegres y desenfadados que conozco es la gente de la ciudad de Maracaibo en Venezuela. Los llamados maravinos/marabinos* o más populacheramente hablando, “los maracuchos”, son gente abierta, amistosa, jaranera y como dicen en Venezuela “echadores de cuentos”. ¡Cómo serán, que entre ellos mismos dicen que “maracucho bueno se muere chiquito”! Para los que no somos de allá, aprender a tratar con maracuchos significa que hay que “estar mosca”, o ser rápidos como relámpagos porque el humor que despiden es veloz, dinámico y envolvente.

Aunque el maracucho siempre está de fiesta, y como costeños y gente de puerto llevan una sonrisa en los labios, y son abiertos y hospitalarios en todo momento, no hay época del año más bullanguera que la época que comenzaba el 18 de noviembre (y que en estos tiempos se anticipa desde septiembre, prolongándose casi hasta carnavales en febrero), día en que los maracuchos le celebran el cumpleaños a su Santa Patrona, la Virgen del Rosario de Chiquinquirá, también conocida por el pueblo como “La Chinita”.


La Chinita-Virgen del Rosario
La Virgen de La Chinita

Se le llama así porque “La Chinita” es una virgen indígena, y tiene los ojos achinados, como los tienen los indígenas de La Guajira, asentados a través de los siglos en esta región. El 18 de noviembre, es costumbre empezar los festejos en Maracaibo con la muy esperada “Feria de la Chinita”. También se celebra el “Amanecer Gaitero”, una especie de maratón o competencia donde se miden las agrupaciones musicales que se dedican a interpretar “gaitas”. Al final de la larga jornada, se escoge y premia a aquélla que el público considera ha presentado la mejor.

La gaita es un ritmo regional oriundo, de la zona oriental del Lago de Maracaibo, Estado Zulia. Porque existen muchas teorías, se hace difícil poder precisar el origen exacto. Su base es indiscutiblemente africana, y aunque un tanto diluida, debe también tener un recuerdo no lejano de las fiestas gaiteras provenientes de las provincias españolas de Asturias, Galicia y Vizcaya.

Al principio, la gaita se interpretaba a partir de la Fiesta de La Chinita hasta pasado Día de Reyes en enero y solamente en las regiones arriba mencionadas. Pero su ritmo alegre y vivaz fue superando no sólo las limitaciones de la estación tradicionalmente prescrita y las barreras sociales, sino también las fronteras del Lago de Maracaibo hasta apoderarse de todo el país. Hoy en día, una visita a Caracas en Navidad es testimonio de la popularidad de la gaita ya que no hay lugar nocturno en esa ciudad capitalina que no tenga a su entrada algún anuncio que lea: “Gaitas esta noche” con Gran Coquivacoa, Los Cardenales del Éxito, o Barrio Obrero para nombrar sólo tres de las agrupaciones tradicionales. Tanto es así, que me he encontrado en Caracas, y he visto anunciadas las tres agrupaciones en el mismo lugar a distintas horas y luego el mismo anuncio en otros centros nocturnos. En ningún artículo sobre la gaita se puede dejar de comentar el aporte agresivo e innovador de una agrupación que si cautiva al pueblo, nos deja boquiabiertos a los que somos músicos, y me refiero a la inconfundible Guaco.

Por mucho tiempo las gaitas se vieron limitadas, como también lo fueron otros ritmos con el mismo origen afroide, entre los cuales se encuentra el tango**, el merengue, y las congas cubanas, por considerarse de clases sociales “inferiores”, más precisamente por ser vistos como una manera de diversión de la raza negra. Sin embargo, al igual que éstos, la gaita, con su contagioso ritmo, fue poco a poco ganando espacio emocional en todos por igual y hoy en día puede decirse que no existen niveles sociales a la hora de bailarlas, cantarlas y disfrutar de ellas. ¡Qué bueno!

La gaita además de ritmo, es una actitud, es una canción navideña, o de protesta, o para la virgen; es un baile, es una fiesta, es una orquesta, y es el espíritu de alegría que invade todos los rincones del país en diciembre. No hay navidad en Venezuela sin gaita, sin gaiteros, sin el run-run ronco y quejumbroso de los furrucos, sin el redoblar agresivo de las tamboras que logran aparejar los corazones a su ritmo hipnotizante, sin el aleteo del cuatro que va bailando el ritmo en sus cuerdas, sin la charrasca chismosa que va dándole su apoyo percusivo a las maracas con su voz chillona y enervante.

Las gaitas cubren en su contenido temas con mensajes políticos (La grey zuliana, Aló, Presidente), mensajes satíricos (La computadora) y desde luego temas de orgullo regional (Sentir zuliano, Orinoco), retratismo de folklore (La moza, Negrito Fullero), así como también temas religiosos, sentimentales y otros por pura jocosidad como lo es el contenido de la Gaita Onomatopéyica. Como ya hemos mencionado, los grupos gaiteros incluyen instrumentación que es también autóctona de la región y que son específicos de las gaitas.

En mi caso particular empecé a conocer la gaita como género musical a través de mi esposo maracucho y la primera que escuché fue La moza. Poco tiempo después Tío Antonio, el hermano de mi suegro, en una navidad que pasamos en Caracas, me regaló dos casetes de aquéllos que había antes que parecían de nunca acabar y que él mismo se tomó el trabajo de grabarme con todas las gaitas que son de rigor conocer. Tío Antonio murió hace unos años, y en su forma sencilla de patriota maracucho, de alguna forma dejó su legado musical en mí, que no soy venezolana, ni zuliana, ni “maracucha”. Sin embargo, la gaita encontró terreno fértil en mi alma y en mi corazón de buena maravina/marabina "re-encauchada" y no tengo palabras suficientes para explicar lo que siento cuando voy a Maracaibo y empiezo a pasar el puente... ¡Bendiciones y Felices Fiestas!


*He buscado la ortografía de este gentilicio y al menos en el internet aparece de las dos maneras. Si usted que lee este artículo me puede sacar de la duda, de antemano le doy las gracias. Abajo me puede escribir un comentario.

**Antes de escribirme para decirme que el tango no tiene orígenes africanos, por favor investigue a profundidad.

Monday, October 26, 2009

Los hispanos en Estados Unidos: ¿quién nos define?

Por Hilda Luisa Díaz-Perera. 2009, Derechos reservados.

Hace unos días, asistí a una reunión de periodistas hispanos durante la cual surgió un animado debate sobre el uso de las palabras “hispano” o “latino”. Después de escuchar los puntos de vista expuestos informalmente durante la velada, algunos sorprendentes y casi todos llenos de una indiscutible carga emocional, me retiré ya entrada la noche a rumiar las muchas definiciones que había oído con respecto a quiénes somos. Me di cuenta que tenía entre mis manos casi tantas definiciones de ambas palabras como el número de invitados en aquella tertulia. También era innegable que “hispano” y “latino” en su uso o mal uso, habían adquirido en los EE.UU. con el transcurrir del tiempo, nuevos niveles o “tonalidades” de significados que se habían ido filtrado y albergado en estas palabras, que ambas, cada día con más frecuencia, nos "adjetivizan" equivocadamente. Me pregunté si mis amigos periodistas habrían coincidido conmigo, si habrían entendido la enorme tarea que con respecto a la comunidad hispana se despliega ante todos nosotros los que usamos los medios para comunicarnos, especialmente cuando se trata de personas que trabajan escribiendo en inglés y español, y cuya pluma podría influir el pensamiento de tantos lectores.

¿Cómo definir qué es un hispano?, o lo que es un tanto más difícil, ¿qué es un hispano en EE.UU.?, y más complejo aún, ¿qué es un hispano-estadounidense? La diferencia entre estos tres grupos de hispanos puede ser invisible para el que observa superficialmente. Y desde luego, el tema es tan extenso que no podría pensar cubrirlo a fondo en un artículo. Es sustancia para un estudio sociológico. Por eso vaya este artículo de observaciones más a modo de apuntes que quizás sirvan para avivar el interés de algún investigador.

Los llamados “hispanos de Estados Unidos”, comprenden las tres categorías arriba mencionadas. Muchos han crecido y se han formado dentro de este país. Por ende, no necesariamente estudiaron formalmente el español, y además, la cultura hispana que heredaron les llega de segunda mano. Lo que saben del idioma y la cultura se limita inicialmente a aquello que recogieron en el seno de sus hogares y, la mayoría de las veces, aprendieron de algún país hispano lo que sus respectivas familias pudieron contarles. O sea, que la profundidad de sus conocimientos hispanoamericanos, si no se han hecho estudios formales del español y la cultura hispana, equivale al grado de educación e interés que les trasmitió el entorno familiar y lo que cada quien, en su caso particular quiso absorber, aceptar y hacer suyos. Por esta razón es un desafío poder hablar con propiedad de sí mismos y de cómo definir, a todos los hispanos, ante las demás culturas con las que se comparte a los EE.UU.

El concepto de ser hispano se hace más difícil cuando la referencia vivencial que domina nuestras vidas no es la de un país hispano; cuando el idioma que se habla en la casa pugna con el acento de otros hispanos y con el idioma que se habla en la calle; cuando las costumbres que nos enseñan nuestros padres hispanos no se avienen con las de otros hispanos; y sin embargo, los que no hemos nacido en EE.UU., aunque mucho nos pese, nos vamos dando cuenta que al pisar tierra estadounidense se ejerce sobre nosotros una delicada y casi imperceptible presión cuyo objetivo es desvanecer en nuestras mentes las fronteras geográficas que alguna vez nos identificaron como cubano, venezolano, puertorriqueño, etc., para poco a poco fundirnos en esa conveniente pared o en ese bloque que los medios y entes gubernamentales en EE.UU. han querido construir para aglomerarnos a todos en un mismo saco y paradójicamente “simplificar” el estudio del fenómeno social en que nos hemos convertido: los Hispanics. Recuerdo hace muchos años, en el Miami de los ’70, cuya población entonces era mayormente cubana, unas calcomanías que empezaron a verse pegadas a los guardafangos de los carros, cuando por primera vez oímos la palabra “hispano” usada para agruparnos a todos con un sesgo que no acababa de convencernos. La calcomanía advertía y reclamaba: “¡Yo no soy hispano. Yo soy cubano!” Treinta años después pienso que al que se le ocurrió la idea de crear este slogan de alguna manera había captado al vuelo lo que apenas comenzaba a sucedernos.

Desde la perspectiva estadounidense de esta muy simplista etiqueta no hay cabida para una serie de consideraciones que son intrínsecas si se quiere llegar a conocernos. Para lograrlo, entre otras, se deben tener en cuenta: los motivos individuales de nuestra emigración a EE.UU., el nivel educacional, cultural y socioeconómico de nuestras familias, la composición racial de conciudadanos de un mismo país, el grado de aculturación a Estados Unidos, las profesiones u oficios que ejercemos en este país, la religión que profesamos, nuestras preferencias políticas, dónde residimos geográficamente en EE.UU., y finalmente la pregunta crucial y más difícil de encarar: ¿Podríamos volver a vivir en nuestros países de origen si tuviéramos que regresar? Pero hacer este profundo sondeo implica nuevamente ampliar el cerco de lo que significa la experiencia hispana-estadounidense. Otro importante aspecto a considerar por su carácter subjetivo, es el nivel de aceptación o de conformidad de cada individuo con el hecho de ser identificado como “Hispanic”, cuando se ha nacido en EE.UU. y se pretende ser reconocido como estadounidense en un país que prefiere imponerle a un segmento de su población otro gentilicio sólo por el hecho de ser de ascendencia hispana. Desde luego, ostentar un apellido como Hernández o López no lo ayuda a sustraerse de ese grupo ni a diluirse en la masa social y genética que lo haría invisible. Sin embargo, si por matrimonio o por nacimiento se convierte en un “Brown”, o “Smith”, entonces la presión social parece disminuir mientras el físico lo traicione.

Ante esta actitud de falta de reconocimiento por parte de su propio país de origen, cada hispano-estadounidense toma una decisión: puede optar por querer acercarse más a la cultura hispana y abrazar su procedencia, o tratar de evitarla hasta donde su entorno le permita ignorarla. Pero está fuera de sus manos hasta qué grado le será permitido escapar. Esto, lastimosamente, a veces conlleva el rechazo olímpico de todo lo que no sea estadounidense, que en muchos casos incluye un inconsciente complejo pernicioso con respecto a su propia cultura. Por haber crecido en EE.UU. son víctimas (como la mayoría de los seres humano) de la penetración comercial y el consumismo (“Si lo publica la prensa, si lo dice la televisión o la radio tiene que ser verdad.”) Con el tiempo y la repetición y también por ignorancia, algunos llegan aceptar el concepto de “hispano” o “latino” que este país pretende imponernos por sabe Dios qué prejuicio social, racial o económico. Esta definición irremediablemente siempre resulta estrecha y limitada ya que todo lo que pretenda surgir como común denominador excluirá algún aspecto crucial de aquello que se pretende definir. Existe una tercera opción que quizás sea más saludable y es lograr amalgamar ambas actitudes y funcionar alegremente, como camaleón, ajustándose comódamente a los cambios de entorno.

Muchos hispanos sostienen que una procedencia hispana nos califica para opinar categóricamente sobre nuestra cultura, y por eso a veces nos encontramos las ideas o conceptos más estrafalarios que pueda uno imaginarse. Sostengo que ser hispano en EE.UU. no garantiza el conocimiento de ningún aspecto de la hispanidad; que la extensión de nuestra hispanidad va de la mano del esfuerzo que realicemos para conocernos a nosotros mismos; que constantemente debemos mantenernos alertas a los conceptos que con respecto a la nuestra se filtran desde otras culturas; que aún no ha surgido una definición de “hispanos” que nos complazca a todos y nos elude porque que hay tantas definiciones como hispanos puedan contarse, y, en EE.UU. apenas se está formando esa nación dentro de otra nación que somos los hispanos de Estados Unidos. Por eso y porque venimos de todos los tamaños y colores, actitudes y aptitudes, urjo a los que como yo usan los medios para comunicarse, a que tomemos conciencia del papel educativo y unificador que podemos desempeñar ante nuestra comunidad que lucha por una identidad y un merecido reconocimiento. Porque si no se estudia nuestra cultura y uno es foráneo a ella, (los hispano-estadounidenses), ser de procedencia hispana, no nos convierte en expertos en la materia. Como tampoco son expertos los nacidos en los países “hispanos” cuya experiencia con el concepto de hispanidad es infinitamente más monolítica que la nuestra ya que no están expuestos a un diario redefinir de su condición de hispanos a medida que se suman nuevos aspectos y variables a esta enorme ecuación que es el hispano-estadounidense. Puede saberse la diferencia entre frijoles, caraotas y habichuelas, se puede bailar al son de Celia Cruz, Carlos Vives o Juan Luis, se puede preferir escuchar a Simón Díaz o a Carlos Mejias Godoy, pero la cultura y quiénes somos son ríos poderosos que corren mucho más profundo que los platanitos fritos.